
La evolución técnica y tecnológica de los últimos años en el planeta y, más en concreto, en nuestro país han desembocado en un aumento frenético de la movilidad de la población. Los medios de trasporte privados y públicos, así como las infraestructuras han mejorado de tal forma sus características que la comodidad que ofrecen actualmente han llevado al ser humano ha ocupar nuevas áreas de terreno. La prueba está en la continua ampliación de los límites de las áreas metropolitanas de las ciudades, que están siendo empujadas hacia fuera por las urbanizaciones de la civilización. Este hecho favorable, a priori, tiene sus pegas también. Para lograr una tan amplia movilidad y reducir los tiempos de viaje entre poblaciones como se está haciendo se necesitan vehículos y carreteras de unas prestaciones exquisitas. Estas extraordinarias prestaciones se están volviendo en nuestra contra ya que en muchas ocasiones el ser humano no puede controlar la tecnología (por falta de información o por condicionantes externos que no domina) y se producen accidentes que suponen grandes tragedias en ocasiones. Hoy en día los accidentes de tráfico suponen la primera causa de muerte no patológica y la primera causa de muerte hasta los treinta y cinco años, a nivel mundial. El problema es bastante serio como demuestran los datos ya que tenemos en nuestra sociedad una causa ‘nueva’ de muertes contra la que nos está costando luchar.

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